domingo, 28 de diciembre de 2014

La enfermería en Zaragoza en el siglo XVIII: los mancebos cirujanos



AUTORA: Asunción Fernández Doctor. Profesora Titular de Historia de la Ciencia. Unidad Docente de Historia de la Medicina. Facultad de Medicina de Zaragoza

Como es bien sabido, las profesiones sanitarias han sufrido importantes cambios a lo largo de la historia. Desde la antigüedad clásica existió una diferenciación entre medicina y cirugía: una dedicada a las enfermedades internas y la otra a las externas, la una, ciencia con grandes dosis de elucubración y la otra, una técnica manual, aunque con frecuencia era desempeñadas por las mismas personas. Pero es al final de la Edad Media cuando se produce una clarísima diferenciación entre médicos y cirujanos, producida por la creación de las Universidades de las que desde un principio formaron parte las Facultades de Medicina que enseñaban a los médicos mientras que los cirujanos se siguieron formando con el modelo abierto de enseñanza, al mismo estilo que cualquier artesano aprendía su oficio, simplemente junto a un maestro. Situación que se mantendrá hasta el siglo XVIII.

FOTO 1 Real y General Hospital Nª Sra. De Gracia de Zaragoza

Por su parte la enfermería nos aparece a lo largo de la historia como una de las profesiones sanitarias menos perfiladas, probablemente porque no la dejaron ser un oficio gremial, estuvo sometida a otras profesiones sanitarias, se asoció a otras profesiones no sanitarias y porque mas recientemente ha sido desempeñada con frecuencia por personal religioso en el que ha predominado lo religioso sobre lo profesional. Por ello mi aportación a esta Mesa Redonda pretende colaborar a aclarar lo que fue la enfermería, describiendo como estaba organizada en Zaragoza en el siglo XVIII y los avatares que sufrió. Además distinguiré lo que fue aquí la enfermería hospitalaria de lo que fue la ambulatoria, dos ámbitos diferentes con peculiaridades propias.

La enfermería hospitalaria
La enfermería hospitalaria de Zaragoza en ese periodo se desarrollaba fundamentalmente en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia que era el centro principal de la sanidad aragonesa, destacando sobre los demás hospitales tanto por su capacidad como por su fama científica. Situado en la actual plaza de España y complementado con el Hospital de Convalecientes que posteriormente heredó su nombre y función, después de que aquél fuera destruido en los Sitios, dicho hospital servía a un área superior a Aragón: desde Castilla, concretamente de los obispados de Calahorra y Sigüenza, desde Navarra y País Vasco y hasta desde Madrid se traían enfermos a este hospital, en especial enfermos mentales y también niños expósitos. En él se admitía a cualquier enfermo, procediera de donde procediera, cumpliendo así con su lema: Domus infirmorum urbis et orbe. Efectivamente la variedad lingüística de los enfermos atendidos está atestiguada por la presencia obligada de Pasioneros o confesores de lengua castellana, francesa, italiana y vascongada.

La capacidad asistencial de este hospital era de cerca de 500 camas, con unos índices de ocupación que oscilaban entre el 0,70 y el 0,98 en los años que poseemos datos, sin contar al Departamento de Dementes que tenía unas 100 camas más. Además mantenía unos 800 expósitos que habitaban con las amas fuera del hospital (1).

El promedio de sus empleados se movía en tomo a los 150 ó 200. El personal sanitario estaba constituido por médicos y maestros cirujanos, bajo los cuales el enfermero mayor y el teniente de cirugía gobernaban a tablajeros, enfermeros, cataplasmeros, padre de unciones y mancebos que en número de 60 se dedicaban a la limpieza y atención a los enfermos y recibían formación continuada para poder ascender a las plazas de practicantes. Las salas de mujeres estaban servidas fundamentalmente por Madres y criadas sin preparación, lo que si bien imprimía mayor higiene y orden que en las de los hombres, conllevaba peor asistencia sanitaria. A lo largo de todo el siglo se hacen intentos de reducir el personal, especialmente mancebos y criados, a fin de disminuir gastos y conseguir un mayor orden, pero esto no llegó a realizarse.

El hospital en la segunda mitad del siglo XVIII estaba atravesando una grave crisis, patente en muchos ámbitos pero especialmente llamativa en lo relativo al personal asistencial. Desde hacía siglos continuaba con las mismas estructuras y normas y el intento ilustrado por parte de los Regidores del Hospital de racionalizar su funcionamiento y dar un impulso al estudio de la Cirugía, no resultó de fácil aplicación y produjo los acontecimientos siguientes:
1° El enfrentamiento entre médicos y cirujanos debido al deseo de promoción de los segundos, impedido por la práctica totalidad de los médicos, opuestos a la creación de un Colegio de Cirugía para la enseñanza de la misma en este hospital.
2° La expulsión de seis de los siete médicos del hospital por parte de la Sitiada o junta de gobierno de hospital, para dejar dos solamente a dedicación exclusiva, motivada en gran parte por la oposición de los médicos a la creación del Colegio de Cirugía citado y al deseo de que hubiera permanentemente médicos licenciados en el hospital.
3° La partición en dos de la Cofradía o Colegio de Médicos y Cirujanos de Zaragoza que desde 1470 habían permanecido juntos y con sede en el hospital (1).

FOTO 2 Sacamuelas

Estos problemas también afectaron a los otros estamentos de personal sanitario, practicantes, mancebos, etc., pues no hay que olvidar que eran aprendices de cirujano y que sus posibilidades de formación y promoción también quedaban mermadas al no crearse el Colegio de Cirugía. El número de mancebos era ingente, entraban en el hospital con frecuencia recomendados por algún Regidor sin previa selección, y en muchas ocasiones solicitaban este puesto más para tener alojamiento y alimentación que para aprender y por verdadera vocación. Por otro lado, los que ya estaban algo formados, tablajeros y enfermeros, desatendían a veces su trabajo, y es que el corto sueldo y la falta de vigilancia hacían que con frecuencia salieran fuera del hospital a hacer curas y a afeitar, abandonando sus labores en él. Todos ellos formaban la cofradía de San Roque. En resumidas cuentas, que la enfermería de este hospital, según la opinión del Maestro cirujano Vinqueira, estaba constituida por demasiadas personas, sin buena organización y con relajadas costumbres (1). La solución se vio en sustituirla por personal religioso.

Este cambio era novedoso, pues en el siglo XVIII la asistencia hospitalaria por parte de órdenes religiosas no existía en los hospitales de nuestro entorno. Ni el hospital de la Santa Cruz de Barcelona, ni los de Burgos, Pamplona, Valencia, Calatayud, Lérida, Huesca o Jaca tenían en 1767 ninguna orden religiosa desempeñando funciones de asistencia sanitaria. Fue la Revolución Francesa la que propició la entrada en el cuadrante nororiental español de Órdenes religiosas hospitalarias como las de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Ya a mediados del siglo XVIII se había propuesto para el hospital de Zaragoza la introducción de los Hermanos de la Congregación fundada por el venerable Bernardino Obregón que desde el siglo XVI servía en otros muchos lugares de España y entre ellos en Madrid. Se pensó en traer a 12 hermanos de esta Orden para sustituir a 32 practicantes, pero al final esto no se llevó a cabo (1).

Pero en la última década del XVIII la Sitiada seguía pensando en la reforma del personal de enfermería y animada por el ejemplo francés y aprovechando la coyuntura favorable que ofrecía la Revolución Francesa, estuvo en trámites con la Orden francesa de las Hermanas de la Sabiduría o Filles de Saint Laurent-sur Sévre que tenía su casa principal en La Rochelle (2). Pero el resultado de estas negociaciones fue negativo, ya que probablemente chocó la jurisdicción eclesiástica, a la que estaba sometida esta Orden, con las exigencias de la Sitiada, que pedía sometimiento total a ella.

FOTO 3 Barbero sangrador

Semejantes problemas se habían planteado en el Hospital de la Santa Cruz de Barcelona. Hacia 1790 llegaron a dicho hospital las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, cumpliéndose así un proyecto con grandes dificultades, en especial de jurisdicción, problemas éstos que al final había allanado la Revolución Francesa. Pero la convivencia difícil con las Hermanas Dardesas que ya hacía años asistían en aquel hospital les hizo abandonar esta misión en su mayoría. Para sustituidas se creó una Hermandad de la Caridad, sometida totalmente a la Junta de Gobierno del hospital. Poco tiempo después se crearon hermandades de este tipo en muchos hospitales catalanes y sus juntas de Gobierno tuvieron buen cuidado de que entre las diversas hermandades no hubiera ninguna dependencia.

Desde Zaragoza la solución que se había dado en Cataluña al problema del personal sanitario auxiliar pareció la más satisfactoria. Se pensó que Hermandades de Caridad como la que se había creado en el Hospital de la Santa Cruz era lo que necesitaba el Hospital de Ntra. Sra. de Gracia, y esto es lo que se solicitó y para lo que vino el padre Bonal a Zaragoza, como intermediario y conductor de Hermandades de Caridad que él bien conocía como Vicario que era del Hospital de la Santa Cruz de Barcelona (3).

Este era el panorama sanitario que María Rafols, junto con las demás compañeras y compañeros, encontró en Zaragoza: un enorme hospital con un funcionamiento muy complejo y anquilosado que necesitaba de sabia nueva para la atención a los enfermos, un enorme trabajo que se complicaría muchísimo más con la destrucción del edificio y la carencia de medios, cuatro años después con la guerra de la Independencia.

La enfermería ambulatoria
La enfermería ambulatoria en Zaragoza tenía otras peculiaridades. La ejercían también mancebos cirujanos, que obligadamente tenían que trabajar dependiendo económica y profesionalmente de un maestro cirujano en cuya botiga o tienda desempeñaban sus funciones estéticas y sanitarias que eran también las propias de los barberos: cortar barbas y pelo, afeitar, sangrar, echar y fajar ventosas, aplicar vesicatorios y echar clístenes o ayudas (4).

Pero las operaciones de cirugía menor que se les permitían hacer, tenían que ser supervisadas por sus maestros y en cuanto a las ganancias, tenían que partir los beneficios de su trabajo al 50% con ellos. Y es que desde tiempos de Carlos V la cirugía se había organizado en Zaragoza de forma diferente al resto de los territorios de la Monarquía hispánica, ya que los maestros cirujanos tenían que dedicarse solo a la cirugía propiamente dicha para así avanzar en ella, y a cambio sus oficiales o mancebos ejercían también la barbería con la obligación de compartir sus beneficios económicos con ellos (5).

La formación y posibilidad de acceso de un mancebo cirujano para ser maestro cirujano en Zaragoza era complicada. Tenía que ser bachiller en Artes por la universidad y por tanto saber latín, a continuación practicar 3 años con cirujano colegial de Zaragoza sin ejercer durante ese tiempo como barbero y sangrador y, concluidos éstos, hacer proceso de limpieza de sangre, pasar un examen riguroso y pagar los gastos que ascendían a unos 300 pesos. Para ello, el haber cursado 3 años de teórica en la cátedra de Cirugía en la Universidad, solía exigirse (6).

A principios del siglo XVIII en Zaragoza había 10 botigas de cirugía que se repartían por toda la ciudad para así prestar un mejor servicio. En cada una de ellas la cabeza era un maestro cirujano, licenciado en cirugía por la universidad y colegial del Colegio de Médicos y Cirujanos de dicha ciudad, y bajo el cual mancebos cirujanos ejercían la enfermería ambulatoria y la barbería con formulas propias de los oficios agremiados. Pero en torno a los años veinte de dicho siglo comienza a aparecer un descontento general entre los mancebos cirujanos. Sin duda había habido cambios en el acontecer histórico, los Borbones trajeron nuevas modas y una mayor competencia, al parecer en Aragón vinieron a establecerse cirujanos franceses que quitaron trabajo a los del reino, y la moda de la peluca también traída por ellos, hacía que los cortes de pelo y los recortes de barba aunque más frecuentes fueran menos cuidadosos, por lo tanto el trabajo disminuyó e igualmente los ingresos.

Así las cosas, en el año 1728, los mancebos cirujanos casados solicitaron del Ayuntamiento de Zaragoza mayor libertad en el ejercicio de su oficio (7), mas facilidades para ser cirujano y que las ganancias del maestro cirujano se redujera a un tercio ya que esta proporción estaba generalizada en otros oficios agremiados, así albañiles, tejedores, fundidores zapateros (8). El Ayuntamiento se lo concedió en 23 de Diciembre de 1728, e inmediatamente el Colegio de Médicos y Cirujanos de la ciudad replicó ante la Audiencia (9) que sentencio que los mancebos podían convenir sus sueldos con los maestros cirujanos y estos solo podrían despedirlos bajo determinadas condiciones (10). Hecho que aprovecharon bastantes mancebos para independizarse de sus maestros.

FOTO 4 Sacamuelas

La situación dejo en clara desventaja a los maestros cirujanos que cerraron y vendieron botigas, y comenzaron la batalla legal inmediatamente, en 1729. En ese tiempo, hay que tenerlo en cuenta, el número y la situación de botigas de cirugía estaba limitada como aun hoy lo están las farmacias.

Mas tarde, por el año 1740 (11), el Colegio de Médicos y Cirujanos aun continuaba su lucha por volver al status anterior, para lo que denunció el deplorable estado de la cirugía, achacándolo a la liberalización que había hecho el Ayuntamiento en 1728, y proponiendo que hubiera solo 12 botigas de cirugía y en cada un de ellas un maestro, un aprendiz y 6 mancebos cirujanos (12). El Procurador General de la ciudad pidió consejo sobre este asunto a los doctores Borbón, Alpuente y Bosque, prestigiosos médicos de la ciudad y del hospital, que efectivamente aconsejaron la vuelta a la situación anterior, puesto que la existente perjudicaba a la Cirugía claramente y por lo tanto al bien público buscado (13).

Una cédula real ganada en 1751 por el Colegio de Médicos y Cirujanos contra las pretensiones de los mancebos, restablece la autoridad de los cirujanos sobre los mancebos cirujanos (13). Finalmente un acto de sumisión, cargado de significado, en el que en cada botiga, los mancebos entregaban las llaves del armario a  su maestro, cierra este primer episodio (13) en el que las peticiones por parte de los mancebos no habían sido sólo económicas, sino de promoción y libertad pues recordemos que también habían solicitado facilidades en la enseñanza para poder promocionarse como cirujanos.

FOTO 5 Barbero sangrador, sanidad siglo XVIII

Pero no contento el Colegio de Médicos y Cirujanos con lo conseguido, quiso borrar toda posibilidad de volver a la situación anterior, para lo que logró la supresión de la Hermandad de Mancebos Cirujanos de San Cosme y San Damián que se había creado en la iglesia de San Gil en Zaragoza el 20 de Septiembre de 1674 (14), para ello consiguieron un “Apellido de Inventario”, proceso foral aragonés, que terminó con la entrega al Colegio de Médicos y Cirujanos de la documentación de la Hermandad, mientras que los bienes fueron repartidos entre los miembros de la cofradía, que batallaron legalmente hasta 1753 por que al menos se les diera una copia de la Bula Apostólica, mediante la cual se había erigido su cofradía.

Pero aun la batalla no terminó, en 1761 consiguieron que subsistiera la Hermandad puesto que solo tenía “fines y efectos de devoción y sufragios” (14). Aunque sin duda con el paso del tiempo esta Hermandad religiosa sirvió para mantener unidos a los mancebos y desde ella defenderse profesionalmente frente al Colegio de Médicos y Cirujanos.

Durante los años de libertad de los mancebos cirujanos, muchos debieron de ejercer su profesión independientes de las botigas de los maestros cirujanos, lo cual obligo a que para volver a la situación anterior, había que agregar a los mancebos cirujanos sueltos a las botigas de cirugía existentes. Pero a pesar de las repetidas ordenes que sobre ello se dieron (15), en el año 1791, aun no se había conseguido. Para entonces las boticas de cirugía en Zaragoza eran ya 25, y los mancebos que ejercían libremente y tenían que ser agregados eran unos 50 (16), de manera que como se puede comprobar, esta profesión había crecido enormemente y en la práctica parte de ella estaba independizada. Las causas de la no agregación y resistencia a acatar lo ordenado provenían de ambos sectores: los mancebos exigían que se les reconociera su antigüedad, que no se les volviera a examinar y que los maestros no practicaran la barbería y la cirugía menor; y los maestros cirujanos, por su parte, no querían reconocerles la antigüedad y algunos exigían que los beneficios que estos recibieran fuesen solo de la parte de los parroquianos que ellos aportasen (16).

Conclusión
En definitiva, que a pesar de la lucha mantenida a lo largo de todo el siglo XVIII, los mancebos cirujanos de la asistencia ambulatoria de Zaragoza no consiguieron totalmente ser un oficio agremiado independiente de la cirugía y por su parte los mancebos cirujanos hospitalarios tampoco tuvieron una progresión, pues fueron paulatinamente sustituidos por personal religioso  lo largo del siglo XIX.

Bibliografía
1.- Fernández Doctor, Asunción. El Hospital Real y General de Ntra. Sra. de Gracia en el siglo XVIII. Zaragoza, Institución “Fernando el Católico”, 1987.
2.- Esta Orden religiosa tuvo una evolución diferente a las demás congregaciones hospitalarias francesas, era la única congregación que aumentó su implantación en un 15% entre los años de 1790 y 1808, en plena Revolución Francesa, debido a que ya 30 años antes había tenido una dinámica enorme creando escuelas y casas de caridad, y a que las comunidades útiles estaban mejor consideradas por estos años que las abadías y conventos, además de que le favoreció la coyuntura epidemiológica por la que pasó la Bretaña. Goubert, J.P.; Rey, R.; Bertrand, J.; Laclau, A. Atlas de la Révolution francaise. Médicine et santé. Vol. 7. Paris, Editions de J´Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales, 1993
3.- Tellechea Idígoras, J. Ignacio. Las Hermanas de la Caridad de Santa Ana y el Hospital Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza. Documentos históricos II. Constituciones primitivas. Vitoria. Hermanas de la Caridad de Santa Ana, 1976.
4.- Archivo Histórico Provincial de Zaragoza en adelante A.H.P.Z. Pleitos Civiles 1478/10. Año 1729
5.- A.H.P.Z. Pleitos Civiles, caja4577/1. Año 1751
6.- A.H.P.Z. Pleitos Civiles 1478/10. Año 1729
7.- Biblioteca Histórico Médica de Valencia, en adelante B.H.M.V. C/31. Colección y Relación de origen antiquísimo y del merito singular de los señores Médicos Cirujanos y Boticarios. Particulartmente los de Aragón, Cataluña, y Valencia. (Colección L. Sánchez Quintanar), nº 37
8.- A.H.P.Z. Pleitos Civiles 1478/10. Año 1729
9.- B.H.M.V. C/31. Colección y Relación de origen antiquisimo y del merito singular de los señores Médicos Cirujanos y Boticarios. Particulartmente los de Aragón, Cataluña, y Valencia. (Colección L. Sánchez Quintanar), nº 39 y 36
10.- A.H.P.Z. Pleitos Civiles 1478/10. Año 1729.
11.- A.H.P.Z. Audiencia, Libro del Real Acuerdo de1739, ff.138-141
12.- A.H.P.Z. Audiencia, Libro del Real Acuerdo de 1747, ff. 461-467.
13.- A.H.P.Z. Audiencia, Libro del Real Acuerdo de 1747, ff. 461-467.
14.- AHPZ, Real Acuerdo, año 1762, fol. 63 y 64
15.- Ordenes de 5-5-1747, de 15-9-1751, de 9-7-1761, de17-5-1764 y de 6-6-1782. A.H.P.Z., Pleitos Civiles, 4577/1, año 1791
16.- A.H.P.Z., Pleitos Civiles, 4577/1, año 1791. fol. 33

Fotos
FOTO 1.- Real y General Hospital Nª Sra. De Gracia de Zaragoza. Tesis Doctoral de Asunción Fernández Doctor

FOTO 2 y 3.- Tomás Cabacas. Barberos, sangradores, sacamuelas

FOTO 4.- Pinturas Museo de Arte de Carolina del Norte. El dentista

FOTO 5.- Barbero Sangrador. La sanidad en el siglo XVIII

Manuel Solórzano Sánchez
Diplomado en Enfermería

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola,
me parece muy interesante esta entrada en tu blog. Estoy buscando información sobre cirujanos de finales del s, XVIII y del s. XIX en la provincia de Huesca. ¿Sabes dónde la puedo conseguir?
Gracias
Pepe